Lecturas

En las Escrituras, el Cuerpo de Cristo es también llamado la Novia de Cristo. La salvación y la redención no podrían haberse logrado sin el cuerpo físico y real de Jesucristo. Y nuestros cuerpos son instrumentos de justicia o de impiedad. De igual manera, el plan de Dios se lleva a cabo por medio de un Cuerpo, compuesto por muchos miembros, que es el Cuerpo de Cristo. 

Todo aguarda a que los hijos de Dios sean bautizados en el Cuerpo de Cristo. Dios te dará un lugar donde serás útil, y en el cual te deleitarás.

Dios quiere que los hombres y las mujeres que pueden hablar y que tienen un sonido completamente cierto, adviertan a otros acerca de huir del juicio y exhorten a los santos para que encuentren su lugar. Como leo en esta epístola a los Corintios, Pablo dice: “hay un Cuerpo y debemos articularnos en él”.

“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, habiéndola purificado en el lavamiento del agua por la palabra, a fin de presentársela a sí mismo, una iglesia gloriosa, que no tuviese mancha ni arruga ni cosa semejante, sino que fuese santa y sin mancha.” (Efesios 5:25-27) El sabía que del Calvario iba a proceder Su novia: “Hueso de Su hueso, carne de Su carne”; ella sería el vaso escogido para el plan de Dios en la tierra, tal como El lo fue.

El Nuevo Testamento menciona por lo menos siete bautismos diferentes. Cinco de los siete se pueden aplicar a usted y a mí hoy. Incluso los otros dos hacen parte de nuestra enseñanza espiritual, de modo que tenemos mucho por explorar.

Las familias son una idea del cielo. Dios Padre fundó la primera familia de la raza humana, y ha hablado de la raza humana como un conjunto de familias. (Génesis 12)

Dios creó tal unión sobrenatural entre un hombre y una mujer que se unen el uno al otro como una pareja y llegan a ser “una sola carne” (Génesis 2:24). A partir de dos individuos con dos vidas aparte, Él forma una sola estructura, el núcleo de una familia, capaz de llevar a cabo sus propósitos divinos para la siguiente generación.

Las Escrituras refieren al oro, la plata y las piedras preciosas como los tesoros que perduran. Entre el oro, la plata y las piedras preciosas, la plata es un poco diferente. El oro brilla y no deja de brillar, y las joyas pueden pasar cientos de años y seguir brillando. Pero la plata es diferente. La plata necesita que le saquen brillo. Y si no se lustra, llega un momento cuando el brillo que tenía es apenas un recuerdo, se vuelve opaca, luego amarillenta, luego más oscura, y de ahí pasa a ser negra. Hay elementos de los tesoros que el Señor nos ha dado que en realidad pertenecen a la categoría de la plata. Meditaba en dos pasajes hoy que nos permiten sacar algo de brillo.